Ubicación
Basílica de San Pedro
Construido por
Bramante, Miguel Ángel, Giacomo della Porta y Domenico Fontana
Qué ver
Cúpula, Lanternino, Vista panorámica de Roma
Apertura
Todos los días, 9:00 - 18:00
Precio
Acceso a la cúpula desde 10 euros
Transporte
Autobús; Metro Ottaviano (Línea A) a 500 m
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La Cúpula de la Basílica de San Pedro constituye la cobertura sobre el crucero de la Basílica de San Pedro y representa una de las más altas expresiones de la innovación arquitectónica y de la maestría artística de la arquitectura renacentista y barroca. Con un diámetro interior de unos 42 metros y una altura total que supera los 130 metros desde la base hasta la parte superior de la linterna, la cúpula, conocida popularmente como “Cupolone”, no es solo una estructura técnica, sino un símbolo universal de fe y poder.
Actualmente, es posible visitar la cúpula, desde donde se puede disfrutar de una vista extraordinaria de la Plaza de San Pedro y de Roma. Para la compra de boletos, visita la sección dedicada en el sitio web.
La evolución de la Cúpula de San Pedro representa uno de los capítulos más fascinantes y complejos de la historia de la arquitectura occidental. Este elemento arquitectónico, que domina la silueta de la basílica vaticana, es el resultado de un largo proceso de diseño, revisión e innovación que contó con la participación de grandes mentes del Renacimiento y del Barroco temprano. Desde las primeras concepciones de Bramante, que preveían una planta de cruz griega con una cúpula central y cúpulas menores, hasta la revolucionaria aportación de Miguel Ángel, quien introdujo la idea de la doble cáscara para aligerar la estructura y mejorar su estabilidad, la historia de la cúpula está marcada por transformaciones continuas. Tras la muerte de Miguel Ángel, la dirección de la obra pasó a Giacomo della Porta, quien consolidó y perfeccionó las decisiones de diseño, aportando innovaciones técnicas y soluciones estructurales que permitieron completar la obra.
En 1506, el Papa Julio II della Rovere (Albisola, 1443 – Roma, 1513) decretó la reconstrucción de la Basílica de San Pedro, considerada insuficiente y en mal estado en comparación con su antiguo esplendor constantiniano. En este clima de renovación, el encargo se confió a Donato Bramante, quien elaboró un proyecto revolucionario para un templo que expresara la renovada energía espiritual y artística de la época.
En el diseño original atribuido a Bramante, la cúpula se concebía como un elemento central, emplazado sobre la tumba de San Pedro e inserto en una planta de cruz griega 1. El proyecto contemplaba, además, cuatro cúpulas menores que completaban la composición.
No obstante, cuestiones devocionales —como el traslado de la tumba del Apóstol y la necesidad de respetar la zona sagrada del antiguo edificio— llevaron al rechazo de la configuración inicial. Aunque la visión de Bramante sirvió como punto de partida, los requerimientos litúrgicos y simbólicos obligaron a replantear el concepto original, sugiriendo que la cúpula debía rediseñarse de manera más funcional y respetuosa del lugar sagrado.
Bramante elaboró un segundo proyecto 2 que contemplaba una planta longitudinal con una cúpula de proporciones extraordinarias en el crucero, inspirada en la cúpula del Tempietto de San Pietro in Montorio (1502) en el Janículo, también proyectado por Bramante.
En 1547, después de décadas de trabajos caracterizados por numerosos proyectos alternativos y revisiones, Miguel Ángel Buonarroti fue llamado a dirigir la construcción de San Pedro. Aun encontrando un lugar marcado por décadas de construcción —con intervenciones de Antonio da Sangallo el Joven y otros—, Miguel Ángel aprovechó la ocasión para reorganizar el proyecto y sentar las bases de una arquitectura destinada a perdurar a lo largo de los siglos.
Entre las innovaciones más significativas que introdujo Miguel Ángel destaca la propuesta de una cúpula de doble cáscara. Si bien no dejó un proyecto global definitivo —prefiriendo proceder por partes y realizando numerosos modelos en arcilla y madera—, su contribución fue decisiva para la apariencia final de la cúpula.
La propuesta de Miguel Ángel incluía una cáscara interna portante (la cúpula interna, de aproximadamente 2 metros de espesor) y una cáscara externa más fina (alrededor de 1 metro), que actuaba como cubierta protectora. Inspirada en parte en las técnicas empleadas en la cúpula de la Catedral de Florencia, esta solución buscaba reducir el peso total y asegurar una distribución equilibrada de las cargas, preservando al mismo tiempo el efecto escénico y la luminosidad interior.
Miguel Ángel adoptó un método innovador basado en maquetas a escala, elaboradas con rapidez para comunicar sus ideas a los maestros de obra del proyecto. La “maqueta de madera” para la cúpula, realizada entre 1558 y 1561, representa un testimonio fundamental de su visión. Aunque estos modelos pasaron por muchas modificaciones, sirvieron para definir las dimensiones, la curvatura y el espacio entre las cáscaras, y fueron guía para la posterior ejecución de la cúpula.
Tras la muerte de Miguel Ángel en 1564, la dirección de la obra recayó en Giacomo della Porta, quien asumió el compromiso de terminarla siguiendo, en la medida de lo posible, los principios establecidos por su predecesor. En este periodo, se racionalizó la gestión de la obra y se consolidaron las principales decisiones de diseño de la cúpula.
Della Porta se vio obligado a introducir una serie de ajustes necesarios para integrar y completar el sistema de doble cáscara propuesto por Miguel Ángel. Entre las innovaciones más destacadas se incluyen:
Uno de los elementos finales y más distintivos de la cúpula fue la construcción del lanternino, ubicado en la parte más alta de la cúpula y que realza su impacto escenográfico. Completado hacia el final de las obras de finales del siglo XVI, el lanternino no es solo un elemento decorativo, sino también funcional, ya que contribuye a difundir la luz natural en el interior de la basílica. Tanto Della Porta como Domenico Fontana desempeñaron un papel fundamental en el perfeccionamiento de esta estructura, integrándola como parte esencial del conjunto simbólico y estructural de la cúpula.
La cúpula de San Pedro, elemento culminante de la basílica vaticana, refleja un recorrido evolutivo que integra innovaciones técnicas, soluciones de ingeniería y un rico programa ornamental. Iniciada en la etapa miguelangelesca (1547–1564) y perfeccionada en el periodo post-miguelangelesco (1574–1602) bajo la dirección de Giacomo della Porta y Domenico Fontana, la obra presenta soluciones que responden tanto a requisitos estructurales como a significados simbólicos y devocionales.
La solución de doble cáscara, ideada por Miguel Ángel, constituye la innovación clave que permitió construir una cúpula ligera pero extraordinariamente sólida.
Con un espesor aproximado de 2 metros, la cáscara interna forma el núcleo estructural de la cúpula. Su mampostería, concebida en la fase miguelangelesca, transmite la carga vertical al tambor inferior, garantizando la rigidez global de la estructura. Además, integra elementos decorativos en su interior: a lo largo de su superficie, el ritmo de los nervios —96 figuras dispuestas en campos trapezoidales y circulares— ejerce una función tanto estructural como ornamental, evocando la iconografía sagrada.
La cáscara externa, de alrededor de 1 metro de espesor y generalmente cubierta con planchas de plomo, protege la estructura interna de los agentes atmosféricos y refuerza su presencia estética. Refinada e implementada por los sucesores de Miguel Ángel en la etapa post-miguelangelesca, esta solución incluye la presencia de buhardillas de estilo proto-barroco situadas en el espacio entre las dos cáscaras, que permiten la entrada de luz natural y contribuyen a un diálogo entre la función estructural y el impacto visual del conjunto.
El tambor, base portante de la cúpula, experimentó diversas modificaciones a lo largo de su construcción.
Con un diámetro interno de unos 42 metros y un grosor medio que alcanza los 3 metros en ciertos puntos, el tambor está hecho enteramente de travertino. Durante la etapa miguelangelesca, los pilares de Bramante delimitaban su contorno; en la etapa post-miguelangelesca, el tambor fue finalmente reforzado para asegurar una distribución uniforme de las cargas.
En el interior del tambor, se añadieron 16 contrafuertes radiales para fortalecer la estructura; estos delimitan ventanales rectangulares coronados alternativamente con frontones semicirculares y triangulares. Además de mejorar la función de soporte, estos elementos añaden un interesante componente decorativo, evocando motivos clásicos y símbolos del poder papal, como las tres colinas del escudo del papa Sixto V esculpidas en la base de cada nervio.
Para contrarrestar las fuerzas laterales generadas por el peso de la cúpula, se introdujeron elementos de refuerzo en el tambor. Estos contrafuertes y apoyos radiales, implementados por Giacomo della Porta, canalizan las cargas verticales y refrenan las tensiones horizontales. Aunque no formaban parte del diseño original de Miguel Ángel, hoy resultan esenciales en el sistema de sostén de la cúpula y contribuyen a su aspecto modular, integrándose con la decoración exterior de columnas pareadas, capiteles de orden corintio y un alto entablamento ornamentado con guirnaldas vegetales.
Los nervios, introducidos por Miguel Ángel, constituyen el sistema de refuerzo interno que define la forma y el perfil de la cúpula.
Los nervios distribuyen la carga a lo largo de toda la superficie de la cúpula, reforzando su cohesión. Se van adelgazando gradualmente desde la base hasta la cima, reduciendo el peso en las secciones superiores y adaptándose a las distintas exigencias de carga. La precisión en el tallado y montaje de los nervios, además de garantizar la integridad estructural, cumple una función decorativa: la disposición regular de las 96 figuras ubicadas en los nervios crea un efecto armónico que combina función técnica y estética, aportando luz e iconografía sagrada a la cúpula.
Situado en la cima de la cúpula, el lanternino es el remate que corona con elegancia toda la estructura.
Introducido y perfeccionado en la etapa post-miguelangelesca, el lanternino no solo permite la entrada de luz natural en el interior de la basílica —creando efectos lumínicos que realzan su atmósfera—, sino que también estabiliza la carga en la parte superior de la cúpula. Su forma, adornada con candelabros y detalles ornamentales, se realza aún más con una esfera de bronce dorado rematada por una cruz. Este elemento decorativo, que lleva la fecha de finalización (1593, según la inscripción en latín de Giacomo della Porta), otorga un significado simbólico profundo a la cúpula, funcionando como un “ojo de luz” y distintivo de la unidad de fe y poder de la basílica.
A pesar de la ingeniería innovadora y la maestría de los grandes arquitectos que construyeron la cúpula, pocos decenios después de su finalización empezaron a surgir problemas estructurales que requirieron intervenciones de refuerzo y restauración. El proceso de mantenimiento y de mejora de la estructura se ha repetido a lo largo de los siglos, con soluciones técnicas que han ido evolucionando en respuesta a la degradación natural y a los impactos sísmicos.
Ya en la década de 1630 se evidenciaban problemas que amenazaban la estabilidad de la cúpula. Sin embargo, fue únicamente en la primera mitad del siglo XVIII cuando el Papa Benedicto XIV encargó al ingeniero Giovanni Poleni el estudio del estado de deterioro de la calota y la formulación de soluciones adecuadas.
Durante los siglos XIX y XX, la atención se centró principalmente en la renovación de la cobertura externa de la cúpula y de la linterna.
El 2 de septiembre de 2019 se inició un nuevo ciclo de restauraciones, centrado especialmente en el tambor de la cúpula.
La visita a la cúpula de San Pedro se ha organizado para brindar una experiencia segura y personalizada, ofreciendo dos modos de ascenso: con ascensor o por las escaleras.
Esta opción permite subir cómodamente hasta el nivel de la terraza, donde inicia la visita a la cúpula.
Si prefieres un enfoque más tradicional y aceptar el reto de subir a pie, puedes optar por las escaleras.
Desde la cima de la cúpula se disfruta de una panorámica de 360 grados sobre la Ciudad Eterna, una experiencia que combina la contemplación artística con la historia urbana de Roma.
Al llegar a la terraza, el visitante podrá contemplar toda la estructura de la Basílica de San Pedro, la célebre columnata de Bernini y los monumentos históricos que caracterizan el centro de Roma. La vista abarca las antiguas calles del centro histórico, con sus palacios e iglesias que revelan siglos de historia, hasta el perfil del Capitolio y la tranquila corriente del Tíber.
Desde este punto privilegiado, los magníficos mosaicos y decoraciones de la cúpula, diseñados para realzar la luz natural, se muestran en una armonía de colores y formas que refleja la visión del artista. La luz que penetra por el lanternino resalta el juego de luces y sombras, otorgando una sensación de profundidad y sacralidad a toda la estructura.
El conjunto de la vista, que va desde los detalles ornamentales hasta la amplitud del panorama, brinda una experiencia única: el visitante puede percibir la misma maravilla y espiritualidad que, según la tradición, inspiraron a Miguel Ángel durante la planificación de la cúpula.
Esta amplia perspectiva, que pone de relieve tanto la grandeza del edificio como la riqueza histórica de Roma, constituye uno de los aspectos más cautivadores de la visita, convirtiendo el ascenso a la cúpula en una vivencia imperdible para cualquier viajero.
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